08 marzo 2015

Jornadas de 20 horas semanales y estrés.

Tras un ingente esfuerzo por parte de todo tipo de profesionales del coaching, psicólogos y expertos en marketing y redes sociales, se ha vuelto más o menos de dominio público que el estrés es útil. Es decir, que forma parte de mecanismo evolutivo que nos ayuda a afrontar con éxito situaciones puntuales de peligro. Gracias a la dedicación de esas personas, sabemos que hay pues que distinguir entre ese estrés saludable (y puntual) y el estrés crónico (muy perjudicial para la salud).

A continuación nos hablan de que vencer al estrés crónico está en nuestras manos. Con el resultado evidente de que salimos súper contentos de la charla, la sesión o la lectura del artículo correspondiente.

Sin embargo, transcurridas unas horas de los beneficiosos efectos post iluminación, seguimos básicamente igual.

Para ver qué está ocurriendo escojamos a un ciudadano medio de nuestro mundo desarrollado. Llamémosle Juan.

Juan, asistente a una de esas charlas, tiene 37 años. A los 3 ya estaba yendo a la escuela. 6 horas al día. Pronto comienza a competir con sus compañeros y compañeras de clase. Y sigue haciéndolo en el instituto. Mientras, también compite en el equipo de fútbol y por unas cuantas chicas. Como termina cursando una licenciatura (o grado), acaba compitiendo a nivel académico durante 22 años en los cuales las horas de trabajo/estudio se van incrementando paulatinamente. Termina con 25, lo cual nos viene a decir que muy bien no compitió. Eso le supondrá una pequeña losa a la hora de buscar trabajo. Pero consigue ese trabajo. En él lo primero que aprende es que tiene que seguir compitiendo con el resto de sus compañeros. Ahora la carrera es otra. A los 35 tiene que ser alguien. Por supuesto es importante comprarse un buen coche, tener una buena novia y, llegado el momento, hijos. Pero las cosas en el trabajo no van como se podía esperar. Hay mucha presión. No tiene que trabajar 7 u 8 horas sino más si lo que quiere es ser ese alguien. Las cosas se complican más todavía con la crisis. Ahora tiene que trabajar 10 o 12 horas diarias, no para ascender, sino para que no le echen. Y aún así, tras 3 ERES, se encuentra en la calle. El paro no es un buen sitio donde quedarse a tomar el sol. Juan ya se ha casado y tiene mujer, una casa, dos coches y el proyecto de su primer hijo que ahora tendrá que esperar (y su mujer, de 37, que hasta entonces no había querido para seguir con su carrera profesional, dice que se le está pasando el arroz).

Juan lleva 34 años compitiendo y cuando asiste a la charla sobre el estrés para desempleados cree ver la luz. Lo único que tiene que hacer es respirar profundamente y dejar de obsesionarse con ser mejor que los demás. Buscar una empresa, una profesión que le guste y así disfrutará con ello en lugar de preocuparse con no hacerlo bien o con que su compañero de mesa lo haga mejor.

Llega a casa y se lo cuenta a su mujer. Ella le pone cara de circunstancias. Juan lleva 6 meses en paro y la crisis no parece amainar. Tras otros seis meses y 3 charlas más sobre cómo superar la ansiedad por estar desempleado, la impotencia por no encontrar empleo y otro de motivación para parados de larga duración, Juan acepta un trabajo donde le pagan 2 veces y media menos de lo que estaba cobrando antes de que le despidieran. Por supuesto, trabaja 10 horas diarias sin protestar y a final de año se congratula de que la empresa haya acabado en beneficios. Sabe que no le van a ascender ni a subir el sueldo. Se alegra porque no le van a echar. Su mujer se ha quedado embarazada. Ahora ya ni siquiera sufre estrés por competir. Ahora sufre ansiedad ante el miedo a volver a quedarse en paro. La crisis sigue y Juan no para de ver por la televisión que los políticos están todos salpicados por la corrupción.

Un día, Juan lee que en Holanda trabajan 27 horas semanales. Y que hay gente que asegura que no deberíamos trabajar más de 20 porque así todo el mundo tendría trabajo y la productividad aumentaría porque haríamos nuestras tareas más contentos y descansados.

A Juan esa idea le gusta. Sin embargo, a sus 37 años se pregunta cómo puede funcionar eso. Cuando estaba en casa buscando trabajo casi se volvía loco. Sin dinero no se puede disfrutar del tiempo libre. Si se trabajan 20 horas semanales no se tiene dinero para gastar. Además, de alguna manera, Juan tiene la sensación de que trabajando no está tan mal. Ahora que ya no está compitiendo porque se ha hecho a la idea de que triunfar no va a triunfar, se da cuenta de que le gusta estar en el trabajo. La rutina, las tareas que va completando. Le dan una sensación de ser útil. ¿Qué haría con 20 o 30 horas extra de tiempo libre sin dinero para gastar? De alguna manera Juan ha aprendido que eso de que te organicen la vida te quita mucho estrés. ¿Y no iba de eso precisamente la charla aquella que le abrió los ojos?

En la prehistoria, y también en tribus que siguen viviendo de manera similar en nuestros días, se trabajaba para subsistir, lo cual nos llevaba a hacerlo unas cuantas horas al día, no más de 3 o 4. O muchas horas durante algunos días, o incluso semanas, en las que el estrés se disparaba (con razón) mientras que a esas épocas les sucedían semanas o meses mucho más tranquilos, en los que el estrés descendía. Entonces el estrés era útil.

Había mucho tiempo libre, sí. Pero desde pequeños aprendíamos a utilizarlo. Sabíamos cómo disfrutar de él.

Sin embargo, en nuestra sociedad actual se nos enseña a obedecer órdenes durante 20 años antes de acceder al mundo laboral. Después, se nos pide que trabajemos 8 o más horas todos los días.  Y eso es simplemente para sobrevivir. Para tener el salario mínimo. Para malvivir en muchos casos. Para alcanzar un trabajo mejor probablemente hayamos tenido que estudiar muchos años y darnos de tortas echando horas extra otros muchos más.

Lo curioso es que estamos donde estamos, como civilización, porque un tanto por ciento muy pequeño, pero muy pequeño, de la población disfruta descubriendo cosas en lugar de dejando que otros piensen por ellos. Disfrutan trabajando más y más, haciendo de cada día un nuevo reto, liderando.

El resto vamos detrás. Cada vez con la lengua más afuera. No nos gusta la presión, no nos gusta el estrés, pero nos vemos obligados a hacer todo eso porque culturalmente nos han puesto la zanahoria delante de que podemos triunfar, o de que nuestros hijos podrán hacerlo. Y la perseguimos sin hacer preguntas.

En realidad, y simplificando al máximo, no somos mucho más que animales de granja que trabajan duro para que unos pocos se enriquezcan y otros pocos tengan tiempo libre para pensar.

La parte de los que amasan fortunas a nuestra costa no conlleva muchas ventajas para la humanidad. Sin embargo, que haya gente inteligente con tiempo libre, sí. Por ejemplo, gracias a ello cada cierto tiempo alguien se da cuenta de que nuestras condiciones de trabajo son peores de lo que podrían ser y hace que mejoren (hace 150 años las jornadas laborales en Europa eran de 60 duras horas). Además, gracias a que se libera y se patrocina a las mentes más brillantes gracias al esfuerzo del resto, hemos obtenido la medicina, la tecnología, el transporte, la abundancia de comida... Pero también la TV, los videojuegos, las redes sociales, los móviles, los diferentes tipos de drogas.... Gracias a estos últimos somos capaces de bajar los niveles de estrés acumulados rápidamente, sin darnos cuenta de que pasamos a depender de ellos. Es como teleportarse de la cárcel al paraíso cada día. Dos mundos que no entiendes pero que te son impuestos copan tu vida. No controlamos el tener que trabajar ni la forma de divertirnos. Pero ambas ejercen una presión tan grande sobre nosotros que hace tiempo que abandonamos toda resistencia. Nos supone tanto estrés ir contra corriente de cualquiera de las dos que ni nos lo planteamos.

Si esta es la realidad. Si de verdad lo que estamos haciendo es ofrecer tiempo libre para que los más listos de entre nosotros piensen y nos hagan la vida más sencilla, ¿por qué no lo ponemos en claro? ¿Por qué no lo marcamos como objetivo? ¿Qué sentido tiene hacerse rico, qué sentido tiene dejar que alguien se haga rico si lo que buscamos, si lo que de verdad hace que vivamos mejor es invertir en que unos pocos, los mejores, inventen mientras los demás trabajamos unas pocas horas al día?

¿Cuáles son los mejores caminos para que nuestro trabajo se invierta en que los más preparados nos hagan la vida mejor y no en que los más vivos amasen cantidades ingentes de dinero?



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